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jueves, 5 de mayo de 2011

El show de Ulises y Artemis

Por Loys Leso
Editora Jefe Revista del Domingo
Notitarde
Valencia, Edo. Carabobo


El silbato rompe el aire con un chiflido agudo. ¡U-LI-SES!, grita el hombre en neopreno mientras se balancea sobre el borde de la tarima flotante. El animal sale a la superficie de un impulso, contorsiona el cuerpo y toca la bola roja que cuelga sobre la piscina. Estallan los aplausos. El entrenador lanza un trozo de pescado a la tonina, es la primera ración del día.

El show tiene tres horarios: 11 de la mañana, una y cuatro de la tarde. Los fines de semana se suma una función y en feriado se ofrece hasta diez tandas. Los lunes son para los trucos nuevos y la limpieza de la piscina. Así ha sido desde el 21 de diciembre de 1975, fecha en la que el Aquarium de Valencia Juan Vicente Seijas abre las puertas para ofrecer el único show de toninas amaestradas de Latinoamérica.

Es casi la una de la tarde y el grupo entra a empujones al toninario, se acomoda apretujado en las insuficientes gradas y espera. Algunos visitantes llevan lentes de sol sobre sus cabezas. Niños inquietos se apoyan de la baranda para tirarle cosas a los delfines, el roce de sus cuerpos contra el pasamano desconchado desprende un hollín que se disuelve sin remordimiento en el agua.

Una cartelera desteñida, colgada de la pared derecha, exhibe llaves, monedas, anillos, collares, pulseras, chapas, patas de lentes, metras, alambres, envases de compota, llaveros, clavos, trozos de baldosa, tuercas, polveras, piedritas, que han salido del estómago de los cetáceos. Se prohíbe entrar con lentes en la cabeza, inclinarse sobre la barandilla y lanzar objetos a la piscina.

Uno de los guías hace sonar la cadena que cuelga de la puerta de acceso al estanque. El sonido submarino llama a Ulises y Artemis, el par se forma a ambos lados de la plataforma de fibra de vidrio sin moverse. José, vestido en un descolorido traje de neopreno, da la bienvenida, después de una corta pausa, sopla el silbato.

Para las toninas no hay vacaciones. Apenas un par de días al año cuando se les practica el “lavado gástrico”, procedimiento rudimentario en el que un brazo fino de mujer, o el de un niño, es necesario para llegar hasta el estomago del delfín y extraer hasta tres kilos entre basura y sedimento.   

El Inia geoffrensis, bufeo, bugeo, boto, delfín amazónico, delfín rosado o tonina, se separó de su ancestro marino hace 15 mil millones de años para hacer del río su hogar. Es de frente gruesa y abultada, hocico delgado y alargado, puede girar su cabeza en un ángulo de 90 grados y tiene vista corta, el chasquido de alta frecuencia que emite le permite crear un econograma tridimensional que lo hace apto para la pesca en oscuridad. En el río su piel es rosa pálido, beneficio del sol y la nobleza del agua pura; en el acuario, gris.

Van tres de las ocho rutinas, Ulises aprovecha que Artemis hace el truco de lanzar la pelota para sumergirse con su ración de pescado. Abajo se acerca a una pequeña reja que separa su celda de agua de la galería de las toninas. Allí, Penélope y Helena, madre e hija, lo esperan tras los barrotes. Ulises entrega su recompensa a la cría, comparte unos segundos en familia y regresa al espectáculo.   

José coloca un aro a unos milímetros del agua, lo hace vibrar y da un pitazo corto. Artemis salta y lo atraviesa, el público aplaude. A estas alturas del show Ulises anda en otra cosa, se pasea panza arriba con su finísimo pene expuesto. Nadie se percata, sólo dos guías se miran y contienen la carcajada. Otro asunto ocupa a Ulises tanto como ganarse el pescado de cada día: copular. La reputación de Artemis no es menor, los guías cuentan que desde pequeña siempre se ha masturbado con lo que puede.

En libertad, el macho silvestre recoge varas de madera con su boca y las azota contra el agua frente a la hembra. Junto a los humanos y los chimpancés, ningún otro mamífero se vale de objetos para flirtear. Es como el tipo que saca la dorada en la primera cita para presumir. En el estanque, Ulises no tiene ramas para azotar.    

Al fondo del toninario, en lo que hasta hace un año era una fuente, que además servía de filtro natural para el agua del estanque, viven Zeus y Dalila. Esta pareja se presenta cuando la plaza está sobrevendida, el resto del tiempo nadan en repetido círculo y hacen trucos para ganarse el alimento.    

Termina la función y José entra en la piscina. Ulises lo rodea, se detiene frente a él y se coloca en posición vertical, dobla su cabeza hacia adelante y apoya sus aletas colaterales sobre el fondo. Parece un hombre. José se sumerge y le acaricia la comisura del hocico. Artemis, en cambio, actúa con timidez; del clan cetáceo, es la más dulce y dócil con los humanos.

Es jueves 13 de enero, la función del día comenzó hace unos minutos. Ulises no quiere comer. Al terminar el show José salta al agua, descubre que el delfín se dobla sobre su estómago como si quisiera vomitar, lo notifica a la bióloga encargada y la función de la una se cancela. José se marcha, telefonea cada hora para preguntar por Ulises.

Son casi las siete, el personal se congrega alrededor de la caja de agua, Ulises no para de batearse contra la superficie. En un último aliento, la tonina asoma el espiráculo para tomar aire, lo cierra y cae en peso muerto hasta el fondo. Artemis, Penélope, Helena, Zeus y Dalila, emiten un chillido que se asemeja al llanto de un bebé humano.

Han pasado algunas semanas, la piscina central está vacía. Penélope y Helena pasan horas mirando a través de la reja. Artemis vive en el antiguo filtro con Zeus y Dalila. No come, en el lavado gástrico de emergencia le extraen dos kilos y medio de sedimentos. El ritual mortal se repite. A las diez de la noche del sábado 5 de febrero las toninas lloran en su nombre…

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