El mundo se reúne constantemente
en torno a temas graves que requieren más bien acciones contundentes. Así el
tiempo pasa. En el caso del cambio climático ya ni siquiera podemos hablar de
mitigación de sus impactos sino de adaptación, es decir, al ser humano lo que
le queda es aguantarse para los próximos años unas temperaturas y eventos
extremos. También lo que queda es
confiar en la ciencia y en los adelantos para lograr cultivos de alto
rendimiento, que requieran menos agua, edificios y ciudades inteligentes y mayor
pericia para controlar enfermedades nuevas surgidas de condiciones no
habituales. Mientras, nos seguimos
reuniendo en corbata y en tacones, en salas con aire acondicionado para tratar
de llegar a un acuerdo. Esta semana se está dando uno de estos eventos en
Salvador de Bahía, ciudad de Brasil, la llamada Semana del Clima de América
Latina y el Caribe. Allí han concurrido cientos de representantes gubernamentales
de diferentes países, expertos, académicos y miembros de organizaciones para
buscar respuestas a la crisis climática. Este punto en el camino antecede al
encuentro que se dará próximamente en Nueva York y luego a la COP25 en
diciembre en Chile. Uno se pregunta por qué cuesta tanto llegar a una simbiosis
de pensamiento frente a un hecho que amenaza nada menos y nada más que a la
supervivencia del ser humano sin discriminar raza, religión ni líneas
limítrofes. El presidente de Brasil, Bolsonaro, obstaculizó en un primer momento
la realización de esta jornada climática, para luego acceder. Vale recordar que
el año pasado las cifras de deforestación de Brasil fueron alarmantes además de
que se dieron otros acontecimientos como la flexibilización de la supervisión
de la minería en el país. Este líder demostró desde su triunfo que más priva la
cancha política que pueda darle la explotación de recursos que una contribución
con el ejemplo de conservación como país de mayor territorio virgen de todo el
continente. Uno se pregunta en casos como los de Bolsonaro o Trump si se trata
de la obsesión por el poder, arrogancia
o dominio económico, o si puede que sean taras generacionales como las
que inexorablemente tenemos por ejemplo con el manejo de la tecnología cuando
llegamos a cierta edad. Lo cierto es que por un lado seguimos reuniéndonos para
discutir, intercambiar ideas y emitir al final largos comunicados y acuerdos que nadie lee o pocos firman para la
foto y por otro, seguimos gobernados por algunos cuyo sentido de la urgencia
solo responde si se trata de ganancias en moneda y en poder político.