Heidy Ramírez Schmegner
@ideagenial
El intercambio en los últimos años ha estado caracterizado por la
adjudicación de culpas entre países subdesarrollados y desarrollados. Las
naciones del tercer mundo han dicho que los que emanan más gases son los más
industrializados, y por ende, los que tienen que reducir y comprometerse y
además financiar a las naciones más pobres para diseñar estrategias y emprender
acciones. Algunos países desarrollados han tomado las riendas de sus propias
políticas y no han querido integrarse a los pactos mundiales, otros, sin
embargo se han portado como conciliadores entre las diferentes posturas. La
gran conclusión de estas últimas décadas es que ha sido un tiempo precioso
perdido en diplomacia, que el proceso de cambio climático ha obviado mientras
sigue su curso y aumenta la amenaza, a tal punto que ya no se habla de mitigar,
esto es, reducir los impactos, sino de adaptación, que es lo mismo que
resignación a que vendrán fuertes alteraciones de la vida en el planeta y sólo
quedará ajustarse.
Esta vez, se aprobó un texto en el cual todos los países
participantes presentarán ante la ONU a lo largo de 2015 sus compromisos de
reducción de gases de efecto invernadero pero ¨cuantificables¨. Es algo
novedoso, principalmente porque obliga a los gobiernos a tener infraestructura
de investigación y monitoreo de emisiones de gases para emitir cifras, por lo
que también será necesario seguramente que los gobiernos tengan dependencias
oficiales relacionadas con el cambio climático. Y más que eso, uno de los
ingredientes atractivos es que ya todos son responsables, independientemente de
tamaño, desarrollo o tendencia política y se aleja el paradigma de que los
países desarrollados debían responder al ser responsable del 80% de las
emisiones globales. La gran interpretación es vital y por fin se empieza a
captar la idea: el compromiso es de todos. Se trata de un gran avance a pesar
de que se ha trasladado la expectativa a París 2015 cuando se aprobará un nuevo acuerdo
que lleve tal vez a sustituir al Protocolo de Kioto, en vigor desde 2005, que
tan solo obliga a reducir emisiones a los países desarrollados.
No obstante después de la COP20 no han faltado las críticas y los
ataques frontales, justificados vale decir, por la importancia del problema y
la toma de decisiones urgentes. Pero si se analiza con justicia, no es tan
fácil aventurarse a juzgar. Básicamente, reunir a representantes de casi
doscientos países durante 14 días es un ya un logro y más allá, pretender que
se pongan de acuerdo es casi un milagro. Particularmente si se piensa que
todavía hay sectores que ignoran el problema del cambio climático o dudan de su
veracidad científica, y que ello puede ser el equivalente a millones de
pobladores del planeta, la búsqueda de un diálogo comienza a complejizarse. A
esta consideración podemos agregar que ciencias como la Ecología, son mucho más
jóvenes que las tradicionales que han tenido una internalización mayor en el
ser humano. También el término
¨ambiente¨ está en constante transformación y es apenas en el siglo XIX o
quizás más tarde, cuando se empieza a pensar en el hombre ya no como centro del
mundo, sino como especie que es una invitada más a la convivencia planetaria. De
la Revolución Industrial, que se desarrolló en la segunda mitad del siglo
XVIII, uno de los focos de los problemas ambientales actuales, podemos decir
que sus consecuencias tal vez comenzaron a ser concientizadas ya en el siglo
XIX. Así también tenemos dos guerras mundiales que soportó el entorno natural y
que lo afectaron incalculablemente. Estallidos nucleares, explosión demográfica
impulsada por los avances científicos que han elevado la expectativa de vida,
aumento del consumo de recursos naturales y de bienes elaborados y tantos otros
elementos que han hecho historia y cuyos efectos definitivamente son
insalvables en tan sólo veinte años de conversaciones. Podría decirse que
aunque la COP20 dejó sin resolver asuntos trascendentales como la fiscalización
de los compromisos de la reducción de emisiones de cada país, el reconocimiento
de pérdidas por las alteraciones climáticas y los planes inmediatos a
emprender, juzgar y criticar negativamente la conciliación mundial no es una
posición muy objetiva. Probablemente resultaría más constructivo pensar en cómo
apoyar a cada país para acelerar sus estrategias frente al cambio climático y
alinearlas en lo que debe ser el eje global de ellas: la preservación del
planeta con sus componentes bióticos y abióticos, apto para la convivencia de
todas las especies y generaciones actuales y futuras. Y con total y absoluta
certeza sería aún más loable si en lugar de ver la COP como un extraño de
alcurnia, que ¨nos¨ resolverá el problema, al cual ignorar o criticar desde una
organización o marcha verde, cada instancia, familia, grupo social o ciudadano
comenzara a tomar pequeñas acciones diarias, incluidas aquellas medidas de
presión para sus instancias de gobiernos (llámese alcaldías, consejos
comunales, gobernaciones, concejos municipales y otros) para tomar las riendas del
trabajo frente al cambio climático.
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